Día 485, domingo
Hace una semana tuve un sueño muy extraño. Era de madrugada. Estaba en una habitación de paredes blancas, donde había una cama. En esta cama estaban dos chicas por las que yo sentía mucha empatía. Con ambas quería tener relaciones. A ambas les coqueteaba y las besaba en la boca. En determinado momento, una de ellas se fue, seguro porque elegí estar con la otra, que me hacía recordar a una chica con la que salí hace tiempo. Recuerdo que tenía el pelo negro y una nariz que se me hacía muy familiar. Con la otra chica se fueron personas que no podría identificar. Una vez a solas, empezamos a tirar. El sexo, sin embargo, no fue memorable. La vagina de esta chica era estrecha y no lubricaba muy bien. Eso significaba una larga y difícil faena. A mitad del tragín, la puerta del cuarto se abrió y apareció mi padre. Se disculpó y se fue a su habitación. Desde afuera se empezaron a escuchar gritos, seguro la indignación de mi madre al enterarse de que estaba con una chica. ¿Aquella habitación era mi cuarto? No podría precisarlo. Era un lugar que se me hizo ajeno. Tal vez mi dormitorio en el futuro. ¿A la chica yo la conocía? No precisamente. Recuerdo su cuerpo blanco, su sexo límpido, la expresión de su rostro al ser penetrada. Los días siguientes llegué a la conclusión de que había sido visitado por un súcubo. Eso explicaba, al menos, el dolor de mis genitales durante la semana. Aún hoy ruego para que esto no vuelva a ocurrir. Según he leído, éstas criaturas pueden volverse seres despreciables, capaces de hacerle la vida miserable a un hombre. En otras palabras: son mujeres. Esta tarde conocí a las vecinas del piso de arriba.